sábado, 4 de junio de 2011

Vértigo

Vértigo

Por P.Z.

I

Son las dos de la mañana y sé que debería estar durmiendo. Cargo con un largo día de trabajo, mañana me espera otro igual. Hace rato que la casa está en silencio, a oscuras a excepción del velador de mi mesa de luz que consume apenas 25 watts. Sé que debería estar durmiendo pero cometí el error de abrir el libro de Samanta Schweblin. “Un cuento antes de dormir”, repitiendo el ritual del borracho: el último vaso, el último cuento. Pero como el borracho atrapado en el alcohol, aquí estoy sin poder soltar Pájaros en la boca.

II

Poco más puede decirse de Samanta Schweblin además de lo que con frecuencia se dice de ella: que es una excelente cuentista. Efectivamente es excelente. Sin embargo, no estoy de acuerdo con aquellos que le otorgan todo el crédito a los siete años que se tomó desde la publicación de El núcleo del disturbio hasta Pájaros en la boca. Me parece un reduccionismo ingenuo, Schweblin escribe bien sencillamente porque es una escritora talentosa.

Los quince cuentos, entre breves y muy breves, con respeto por lo clásico –entendiendo por clásico a Cheever y Carver, evidentes influencias en Schweblin y en varios escritores de esta generación–, se expanden con potencia abrumadora. Un remolino que tira hacia adentro sin respetar ninguna fuerza más que la de Coriolis. Cada cuento es un giro hacia el abismo: leer a Schweblin da vértigo.

Es cierto que algunos cuentos ya los había leído. “En la estepa”, sin ir más lejos, forma parte de la antología El futuro no es nuestro. Lo original, entonces, es la posibilidad de experimentar el universo Schweblin sin que se entremezclen otras voces.

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